Rosa
Berbel
Estepa (Sevilla), 1997
Escribe e investiga sobre poesía y colabora habitualmente en medios digitales como CTXT
Bio
Rosa Berbel es graduada en Literaturas Comparadas y máster en Estudios Literarios y Teatrales por la Universidad de Granada, ciudad en la que reside desde hace seis años. Su primer libro, Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018), fue galardonado con el XXI Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal y fue posteriormente merecedor del Premio Andalucía de la Crítica a la mejor Ópera Prima y del premio Ojo Crítico de Poesía 2019 de RNE. Ha publicado recientemente Brillantes y caóticas, una selección de sus poemas, en la editorial granadina Sonámbulos (2021).
Fue ganadora de la IV Edición del Certamen Ucopoética, convocado por la Universidad de Córdoba. Ha aparecido en diversas antologías de poesía joven como La pirotecnia peligrosa. 11 poetas sevillanos para el siglo XXI (Ediciones en Huida, 2015), Supernova (Bandaàparte, 2016), Algo se ha movido (Esdrújula Ediciones, 2018) o Cuando dejó de llover. Cincuenta poéticas recién cortadas (Sloper, 2021). Coordinó junto a Pablo Romero la antología digital de poesía hispano-argentina Orillas y ha colaborado en la selección de la muestra de poesía joven Piel fina (Maremágnum, 2019). Ha prologado la reedición de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca (Austral, 2020).
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Twitter: rosaberbel_
Instagram: rosa_berbel
rosaberbel.webnode.es
Poemas
PLANES DE FUTURO
Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos
que nos hace pagar las facturas,
llegar a fin de mes,
tener eso que llaman dignidad
y que se siente igual que la tristeza.
Tenemos un trabajo y un piso en la playa,
pero ante el mar soñamos
un milagro:
nuestra ropa en la arena como entonces
y quedarnos así a la intemperie, uno
enfrente del otro,
con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos,
con esta luz precaria,
con un amor que existe y no nos basta.
Tenemos cuarenta años y dos hijos que corren,
que gritan y que lloran
porque la arena está demasiado caliente,
porque nosotros discutimos,
porque no hay nada aquí que nos divierta.
Tenemos casa, hijos y demasiado miedo
a la muerte, a los contratos temporales,
como la gente normal, miedos
de gente feliz, miedos felices,
como este insomnio dulce de los días
antiguos o esta nostalgia común
y rutinaria.
Tenemos cuarenta años y un país que no nos nombra,
no cogemos aviones
porque hemos olvidado
cómo decir te quiero en otras lenguas,
la violencia del viaje,
cómo dormir tranquilos en hoteles lejanos
donde nadie nos llama por las noches.
Tenemos cuarenta años y una vida feliz
feliz sin contratiempos,
una vida segura,
equilibrada.
Pero después del amor, de la rutina,
la propiedad privada y el verano,
la realidad regresa
inconformista.
SIGLO 22
El muchacho desnudo
–que se parece a ti–
mira por la ventana de su piso vacío.
Nada nuevo: su pene golpeando en el cristal
de forma repetida,
por los siglos de los siglos.
En ese mismo instante, en otro apartamento,
la muchacha desnuda
–que se parece a mí–
apunta con su dedo hacia el cuerpo desnudo
del muchacho.
Su deseo es ingenuo y anafórico.
No podríamos lamernos ni tocarnos
sin romper los cristales, sin nombrar emociones
con palabras gastadas, de otro tiempo.
¿Cómo reconocer poemas de amor
cuando el campo semántico
es antiguo?
Todo lo que algún día nos hizo sonreír
ahora está muerto.