Llevo años pidiéndole a mi padre
que instale una toma de tierra

Una línea de silicona
marca la frontera:
quien soy y quien debo ser
cohabitan un espacio vigilado
por un detector de incendios.
 
Un banco de pesas
aplasta el mármol
y lo parte
la barra metálica
se inclina siempre
hacia el mismo lado.
 
Enchufo el ordenador
y me da calambre
es su forma de decirme
que este no es mi sitio.
 
Un ejército de Warhammer
me observa tras la vitrina
retrocedo para que no lo descubran:
una parte de mí
quiere ser como ellos.
 
Me tropiezo con cables
que me arrastran
hacia donde el suelo huele
a Nenuco.
 
Ahí la pila de la ropa
nunca está vacía:
quedan las faldas
que no tengo el valor
de regalar a nadie.
 
Enciendo la televisión
nadie me está mirando
la imagen me pide
que pulse Start.
 
Una Memory Card
se compadece de mí:
¿quieres sobrescribir
los datos?
 
La Playstation es el único sitio
del que no he borrado
el nombre de Cristina.

A partir de 50 kilómetros por hora,
el riesgo de morir por atropello aumenta en un 80 por ciento

Hundo los pies en el suelo
que mis padres compraron
para una hija
con mi fecha de nacimiento.

Me bautizaron con los símbolos
de una calle cortada:
una recta intersecta a otra y es
atravesada por un círculo
del que no se puede salir.

Aquí siempre me persiguen
las lenguas
de los vecinos
que me han conocido
con otro nombre.

Estoy impregnado de
la roca caliza
que taladraron
para construir esta casa.

Cierro la ventana
para que no entre el polvo
pero es un huésped.